Carta Abierta al Movimiento de Mujeres del Ecuador
viernes, 27 de noviembre de 2009
Por: Emilia Puebla Restrepo
Un muy querido compañero del “colibrí” me hizo llegar un artículo que al correo de su organización había llegado. Se trataba de una especie de manifiesto que bajo el título de “Violencia hacia la mujer: parte inherente del sistema patriarcal y capitalista” circula con motivo del día internacional contra la violencia a la mujer; este gran amigo me puso contra la espada y la pared, pidiéndome exprese mis opiniones al respecto.
Mi hermoso país, Colombia, no está por fuera de esta problemática, al contrario lidera las estadísticas de esta infame realidad, con la visualización de prácticas aberrantes. Muchas y muchos compatriotas cubren la agresión con respuestas irresponsables e ingenuas que quieren ubicar su matriz incluso en la “sangre caliente de los colombianos”. Nada más alejado de la realidad, pues no se puede ni se debe justificar ninguna clase de agresión que baya en dirección de mujeres u hombres. Nada lo justifica, aunque hay interesadas e interesados en desviar la atención de lo más importante, el origen de la violencia en las sociedades.
El origen de la familia en miles de años produce diversas formas de la misma, en ocasiones intolerables para el entendimiento actual, pero a fin de cuentas hechos reales y concretos. Existieron la poligamia y la poliandria por quizás algunos miles de años; no teníamos un hombre para cada mujer o viceversa y según las circunstancias se abrió camino a familias matriarcales y patriarcales, no interesa determinar cuál fue primera, sino entender que incluso hasta la llegada de Colón a América, en esta parte del mundo se encontraban formas anteriores de familia. Aquí teníamos aún linajes de hermanos divididos según su sexo o situaciones de hermanamiento por la línea de lo que hoy entendemos por primos o sobrinos, pero de igual manera según su sexo. ¿Determina por sí mismo la forma de familia traída de Europa un método de discrimen para hombre o mujer?
Yo creo que NO y lo explico así: Si la familia es un resultado de la experiencia humana, por lo tanto es una suma cultural; por sí misma refleja las condiciones de cada época, entre ellas quizás la más importante, la economía. Entonces las relaciones económicas siempre presentes, más aún desde la división del trabajo, vienen a ser quienes ubican a ciertos hombres o mujeres “encima” de otros hombres o mujeres por “debajo”. Me explico mejor, desde el principio, el origen de la violencia nace junto a la propiedad, en términos estructurales, pues no es lo mismo una pelea por razones justificables (ejemplo: la burla o el robo) que la sistemática apropiación del trabajo ajeno.
Otra cosa, la pelea permanente de los de arriba contra los de abajo y de estos por dejar de estar abajo, solo viene después de la originaria forma de violencia. Además el elemento cultural de la sociedad dividida en clases que tiene como una de sus expresiones la mezquindad reflexiva a la carencia versus la opulencia de quien posee, agrava los choques de forma independiente del sexo. Lo fundamental de esto NO es la pelea entre sexos, sino entre provistos y desprovistos de riqueza.
Pienso yo, que en todo este larguísimo proceso la forma que han tomado los medios de producción, refiriéndome en particular a las herramientas y sobre todo durante los grandes saltos tecnológicos hasta la revolución industrial, dieron inicio al fenómeno que encierra a la mujer en una supuesta debilidad. Pero esto también es relativo, pues según el lugar del planeta, las mujeres hemos cumplido con papeles productivos ergonómicamente propios para los hombres. En América antigua éramos las mujeres quienes nos dedicábamos a la agricultura, el tejido, alfarería, etc. y hay que tomar en cuenta que eran sociedades muy grandes, poniendo este ejercicio más difícil. ¡No éramos las débiles!
Por lo expuesto, aunque sea muy poco, me atrevo a decir que la proclama es limitada, pobre y peligrosa, pues la lucha librada por las mujeres no debe apuntar contra hombres, sino contra el corazón del capitalismo, que es quien en la sociedad actual aprieta nuestros cuerpos hasta la asfixia. Declaraciones de persecución contra hombres igualmente víctimas de la violencia de clase y de género, son peligrosas pues reeditan las viejas cacerías de brujas y pueden ser usadas contra sus propias impulsoras. Es igual iluso pensar que con las migajas que se piden a los Estados y sus gobiernos se solucionaran las cosas; lo que es posible, es que se enriquezcan algunos grupos de dueñas de ONG´S. En Colombia la USAID impulsó gran cantidad de organizaciones contra la violencia de género, luego contra la violencia política; se pidió que se denuncie a esposos e hijos “políticos – terroristas”; se aumento el caos, el miedo, la persecución y hoy entre otras tantas cosas, tenemos una Colombia más violenta que hace 50 años, con un tirano que goza a la sombra del imperio yanqui de la división de nuestro pueblo.
No es desconfianza sobre estas organizaciones ¿pero quién está tras ellas?
Honestamente para resolver la violencia hay que programar una acción de pueblo, de hombres, mujeres, niños, ancianos y ancianas, negras, indígenas, de todas y todos por la gran Patria Libre Bolivariana.
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