Biodiversidad y Monocultivos

lunes, 14 de diciembre de 2009

Por: Jaime Idrovo U.



El Ecuador está considerado como un país mega diverso, debido a la enorme variedad de especies vegetales y animales que posé, y debería serlo también, en la categoría de paisajes, pisos altitudinales y climas, pues en un territorio de 272.045 kmts2 se hallan representados casi todos los escenarios geográficos del planeta. En cifras redondas, el País ocupa el 7mo. lugar a nivel mundial en la lista de los territorios de excepcional concentración de flora y fauna, con un caudal de aguas dulces enorme, recursos ictiológicos, más otros de tipo energéticos y mineros, así mismo considerables.



En suma, se trata de un pequeño paraíso terrenal, en donde contrariamente a lo que manda la lógica, habita un contingente humano con desigualdades sociales y económicas, que le sitúa entre los países con las más altas tasas de inequidades del Continente. Situación que se traduce en la correspondencia directa entre escenarios de riqueza ambiental y recursos disponibles, frente a las condiciones de vida de sus habitantes, que en la mayoría de los casos alcanzan los límites de la supervivencia e incluso de miseria extrema.



Hablamos, claro está, de una realidad que comenzó con la invasión española y la explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo indígena, esclavizada a la hacienda, los obrajes y con menor fuerza a la mita, que se canalizó desde muy temprano en la extracción del oro en los lavaderos y socavones de la región austral. Todo ello en tiempos de la Colonia, aunque tampoco cambió este panorama con la República, salvo por el hecho de que se había iniciado igualmente la explotación de otros recursos naturales como los bosques de cascarilla (Sinchona sp.), para producir la quinina, más otras especies consideradas como maderas finas, que en muchos casos fueron virtualmente exterminadas, principalmente de los flancos oriental y occidental de la Cordillera, así como también de las planicies húmedas del litoral.



Posteriormente, el siglo XX se inauguró con la etapa cacaotera, seguido por la explotación del café, el guineo, el camarón, etc. y en los últimos decenios, el petróleo, las flores, etc. Es decir, un sistema de explotación de la producción agrícola y los recursos no renovables, que puede ser entendido dentro de los conceptos de mono cultivo y mono extractivismo, y que en situaciones como las nuestras, resulta el sistema más perverso de destrucción del medio ambiente, la consiguiente dependencia económica de los mercados imperialistas que requieren materia prima, más que productos elaborados, y desde luego, la pérdida gradual de la identidad cultural.



Es decir, una sociedad cuya base de subsistencia y enriquecimiento de los grupos de poder, ha tenido como fundamento la explotación del capital humano, especialmente indígena, ya sea a través de la producción agrícola y de textiles manufacturados, más la apropiación del oro, como una actividad sujeta a períodos altos y bajos, pero sin una incidencia fundamental en la vida colonial ni republicana; mientras que el petróleo se ha convertido en el corazón mismo de la economía nacional, a partir de la década de los años setenta.



Pero ¿por qué decimos destrucción del medio ambiente? Básicamente, porque a más de diezmar los bosques en donde se hallan las especies nativas requeridas para su exportación, se han ampliado de manera irracional las fronteras agrícolas y pecuarias, sin tomar en cuenta que en el pasado prehispánico fueron incorporados a esta actividad miles de hectáreas productivas, mediante el uso de diferentes tecnologías que probaron su eficacia a partir de la construcción de terrazas, camellones y otras más, que constan en el registro arqueológico del mundo andino y, que ahora, se hallan abandonadas.



Mientras que la ganadería que no cubre justamente las necesidades de la gran mayoría de ecuatorianos, pues se destina sobre todo a la elaboración de cárnicos y lácteos que se expenden en los mercados urbanos o en las cadenas de supermercados (son consumidos de forma reducida entre la población campesina), ha impactado igualmente sobre las selvas y los bosques en las tierras altas, los mismos que se han convertido en pastizales, acelerando la extinción de miles de especies y la erosión de los terrenos en las zonas de declive.



Amen con los manglares que se han reducido dramáticamente en los últimos años, con el fin de favorecer la producción camaronera, imponiendo daños irreparables a los ecosistemas costeros; o también la minería que especialmente en el sur del Ecuador, destruye montañas y contamina las aguas, sumiendo a poblaciones enteras a una muerte lenta por envenenamiento de plomo, cianuro y otros elementos tóxicos que se vierten en la atmosfera y en los ríos.



Todo por un afán irracional que no mira a la naturaleza como un conjunto vivo y articulado, al cual nos pertenecemos; sino al contrario, como una simple despensa de materiales y productos que debe vaciarse sin miramiento, y hasta el último de los ejemplares existentes.



Una pausa para preguntarnos sobre el segundo tema:



¿A dónde van la mayoría de estos recursos? Con una respuesta más que obvia y que nadie desconoce a estas alturas del partido, puesto que su destino son los centros del capitalismo mundial, en donde suelen ser procesados o etiquetados nuevamente, ya que no siempre la “marca país” es la más aconsejable para su comercialización. Además de que, con el monocultivo o la extracción de materias primas no renovables como el petróleo, puestas en el mercado internacional como productos únicos de exportación desde países como el nuestro, la dependencia a las alzas y bajas de los precios, impuestos por aquellos que demandan y no necesariamente por los que venden, nos deja caer en el círculo de la dependencia irremediable ante la voracidad de los imperios, en particular del norteamericano.



Cosas que de tanto repetidas, ya nadie hace caso y, gobierno tras gobierno, tarde o tempranos, con variantes menores o mayores, sigue por el mismo derrotero, casi como que vivir en este paraíso sólo significaría una condena a la pobreza y a la imposibilidad de tener un espacio de existencia digna y soberana. Hecho que se representan en nuestro imaginario, como un simple espejismo o el cuento contado por algún personaje maligno que goza con nuestra ingenuidad.



Llegamos entonces al punto de la tercera afirmación realizada líneas atrás:



¿Por qué, todo este proceso está generando la pérdida sucesiva de la identidad cultural en los pueblos en el Ecuador? Simplemente porque la cultura no es otra cosa que el conjunto de respuestas que todo grupo humano realiza, como una manera particular de resolver las contradicciones que se plantean entre la sociedad y la naturaleza circundante, al igual que al interior del propio grupo social.



Igualmente, porque habiéndose desarrollado todo un proceso civilizatorio en los Andes - del cual formamos parte, en tanto que sociedades que habitamos estas tierras desde hace más de 10.000 años - poco a poco se fueron descubriendo las características de biodiversidad y complejidad ecológica de este escenario. De suerte que se proyectó unas ideologías cargadas de elementos vitales, diversas y complementarias, incluyendo el juego de tecnologías optimizadas con el paso de los siglos, a fin incorporar a la producción, espacios de vida a los cuales se les mejoró en vez de destruirlos.



Así, los sistemas de cultivo, haciendo eco de la multiplicidad de especies vegetales, suelos, altitudes y condiciones climáticas variadas, privilegió igualmente el concepto de Chakra; es decir cultivos asociados que rechazan el monocultivo, por ser en este caso una práctica anti natura, que elimina la enorme variedad de plantas cultivadas y de usos igualmente diversos, atándole al campesino y, por último al País, a las leyes de la oferta y la demanda nacional e internacional, en la cual siempre se pierde, puesto que si la cosecha es buena, los precios bajan y si es mala…también.



Por lo tanto, si somos sociedades con una cultura que ha estado ligada esencialmente a un mundo mega diverso, y en donde la agricultura ha sido la base de su supervivencia, igualmente su ideología y las construcciones simbólicas que se han generado con el transcurso de su historia, tiene su correspondencia con las primeras, cuya destrucción significa también un golpe mortal a su identidad.



Para terminar, si el Ecuador es un espacio de enorme diversidad ecológica, en el cual se pueden cultivar casi todas las plantas de los cinco continentes, ¿no podrían ser estas la base de su fortaleza económica y cultural, extractando del subsuelo únicamente los recursos que necesitamos? Porque resulta oprobioso que con lo que tenemos y somos, sigamos profundizando aún más los contrastes entre riqueza y pobreza, antes de imponernos un nuevo sentido de vida, en la cual la salud social y natural vayan de la mano.

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