Cultura hoy: Entre trasngreciones económicas y derechos.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Por: Patricio Matute



El mundo se ve avocado a la máxima potenciación del libre mercado, el consumo es la veraz fortaleza activa para sentirse vivo, con un lugar en el contexto universal humano, quizás es la debilidad de producción propia, o el facilitismo para pensar suave, o no pensar, lo que oculta los verdaderos propósitos entre felicidad y alegría. Claro felicidad, desde el instante, a lo posmoderno desde lo efímero y las identidades diluidas, hoy y punto, este segundo de vida, mas tarde ya veremos qué pasa; mientras que alegría es sinónimo de perdurabilidad, de proceso, de apuntalamiento, de utopía por la vida, por la defensa de los recursos naturales, de justicia y libertad.



Así la cultura no escapa al juego del libre mercado, pensado desde la globalización económica, la mundialización de la cultura única, y la creación en los dominios del habitus político ideológico desde la educación masiva de los medios de comunicación, las trasnacionales del entretenimiento y el culto al cuerpo y la moda.



Latinoamérica y su círculo de consumo cultural no ha escapado a los tentáculos del marketing y arte. Hoy, como especie de objeto comprado en los pre embarques de los aeropuertos, o en las grandes salas de espera de los hoteles cinco estrellas, se puede acceder a consumir arte, no importa si no se entiende, al fin absorbemos, nos sentimos de maravilla conectados al globo de ensayo del mundo uno, y después no sé, lo cierto es que psicológicamente hasta la autoestima sube cuando creemos sentirnos cultos porque fuimos los vasallos de la prostituta más cara, la alta cultura, en donde mostrar los dientes, los anillos, las corbatas, los zapatos de marca u oler delicioso, es sello de distinción, de poder, de uso correcto de los campos de batalla para cabildear de mejor forma entre el disenso y el consenso.



Sin embargo y a pesar de aquello, las salas de exhibición de arte lucen llenas de aire, mientras que en las ferias de todo tipo: música, ventas, artesanías, reinados de belleza, agropecuarias y agro ganaderas, lucen llenas de personas. Ambas circunstancias son gratuitas, en ambas hay publicidad de sponsors, mecenas contemporáneos, empresas comerciales, el Estado, los Gobiernos locales, ambas ofrecen el producto de consumo.



El viejo dilema hace su entrada triunfal, justificar la realización de los eventos culturales desde la cuantificación y no desde la cualificación. Si el evento de “alta cultura” tuvo pocos asistentes es porque precisamente pertenece a una elite exclusiva que no le interesa la masificación porque corroería esa parte del habitus y se convertiría en lugar común y pan de cada día; mientras que la “cultura de masas” apela por lo otro, por la sincronización cuasi perfecta con la industria del entretenimiento para desbordar la pasión y que el producto se venda por miles, y este hasta en el jarabe para la tos, o en la sopa del día, o en el despertar, en el anochecer, y juegue con los sentimientos y desilusiones de una clase social que le interesa consumir y olvidarse de su crisis existencial, de su estrés, de su fin utópico, de sus identidades diluidas, de sus hibrideces, de la pobreza, de la falta de empleo, de la enfermedad, de la ignorancia, de la explotación, extinción, exclusión, en una palabra de que son ciudadanos.



En estos momentos en los que se discute un Anteproyecto de Ley de Cultura en Ecuador, sistematizado desde el recién creado Ministerio de Cultura, es importante dilucidar entre consumo cultural y derecho humano, pues en el Capítulo III de este cuerpo legal que se encuentra en discernimiento en la Asamblea Nacional Constituyente, se enfatiza en los incentivos vía exoneración del impuesto a la renta y de productos de importación para distribución y producción cultural a las industrias culturales, sin definir si se refiere a las industrias culturales del libre mercado, similares a los nichos culturales de las transnacionales del entretenimiento mundial como toda la ciudad de Hollywood, Sony, AOL, Televisión española, Radio Televisión Italiana, Televisión francesa que cuentan con un potencial de investigación, producción, distribución, difusión impresionante, capaces de controlar los hábitos de consumo de millones de seres, capaces de motivar a la compra venta de cualquier producto, capaces de influir política e ideológicamente hasta en la dictadura del voto democrático para cualquier dignidad utilizando colores, números, logotipos, es decir semiótica pura al servicio de la máquina electoral de la industria de la democracia representativa.



Si el anteproyecto de Ley de Cultura se aprueba por supuesto que también habría que poner en tela de duda el padrinazgo del gobierno desde el mecenazgo cultural moderno porque la formación del nuevo Sistema Nacional de Cultura en el que se incluyen Ministerio de Cultura, Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, Casa de la Cultura, en donde el apoyo a la creación, producción, distribución y difusión de obras se apoye en el Desarrollo del Patrimonio y en la Creación Individual, fomentando así el prestigio social, el status quo vigente y la revalorización de la obra cierta en el circulo de los mercados nacionales e internacionales.



Por otro lado el anteproyecto de Ley de Cultura propende mediante el Sistema Nacional de Cultura a un Estatismo cultural, claro teniendo como base una supuesta reindivicacion de la cultura popular y la redistribución de los bienes culturales que antes solo utilizaba la elite. Estos serian los caballos de batalla para justificar el sistema único de cultural en donde lleguen propuestas con una sola visión de apoyo al Estado y a su gobierno. Con esto se asegurarían una tendencia cultural única para reproducir la defensa de la democracia mediante la utilización de la cohesión de la identidad nacional con diferentes rasgos étnicos.


Con toda esta pléyade de información, semiótica, simbología, que en estos días de consumo cultural vivimos es importante tamizar las ideas, enfoques y tendencias que parecerían caer en el mismo saco roto del tono globalizador. Hay dos tendencias que recorren Latinoamérica en materia cultural.



Por un lado están las Industrias culturales que llegando a su esencia pretenden comercializar el cotidiano de la gente y mercantilizar la vida para tratar al arte y la cultura como objetos souvenirs de consumo, que pueden llegar al círculo de distribución y consumo mundial mediante la imposición de Curadurías en el circuito del arte mundial, o por lo menos regional.



Por otro lado está la Cultura como derecho Humano Fundamental en donde mediante las obligaciones, derechos, deberes y veeduría se propenda a una Democracia cultural que corrija el acceso de todos a los bienes simbólicos y que descentralice los servicios culturales aplicando la popularización de la cultura y sobre todo llegando a la aplicación del conocimiento científico mediante el acompañamiento de procesos de enseñanza aprendizaje con resultados de planes, programas y proyectos culturales a mediano, corto y largo plazo, en una palabra cualificando y no cuantificando, procesando y no eventizando la cultura, la cenicienta de Latinoamérica.

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