Psicoanálisis de la UNASUR: entre perversos, neuróticos, histéricos y obsesivos

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Por: José Castro Sotomayor

Una de las ventajas de realizar un análisis político al amparo de una perspectiva psicoanalítica, es que se pueden utilizar palabras que, bajo otra sombrilla semántica, podrían parecer insultantes. Por eso es divertido leer a Žižek . Tomando prestadas sus palabras califico a la UNASUR como un “acoso de fantasías” (así se titula el libro que inspira este artículo) y a quienes participaron en ella de perversos, neuróticos, histéricos y obsesivos.

Según el pensador esloveno, una de las principales funciones de la fantasía es cerrar cualquier posibilidad de elección y al mismo tiempo mantener una falsa apertura. Así, el individuo está abierto a escoger entre las múltiples posibilidades que el sistema le presenta, pero estas posibilidades son en sí fantasía, ya que “el sistema está obligado a permitir posibilidades de elección las cuales nunca pueden realmente llegar a realizarse, puesto que su realización podría causar que el sistema se desintegre” (p. 37).

Desde este óptica, la UNASUR cumplió su papel de parodia sistémica. La cantidad de argumentos por parte de los presidentes no estuvo dirigida a encontrar soluciones a los problemas de la región; al contrario, el objetivo de su discurso fue la audiencia en vivo que seguía la noticia del día. La mediatización de la cumbre ahondó más el espectral espectáculo donde los protagonista –Ecuador, Colombia y Venezuela (si se habló de alguien más me lo perdí)- hicieron del encuentro un espacio de posicionamiento (Correa), justificación (Chávez) o reelección (Uribe). Otro aspecto fantasmagórico es el “gesto vacío” que predominó en la reunión. El gesto vacío es precisamente “tratar la opción forzada como verdadera opción”, o en imágenes de la cumbre, el apretón de manos entre los presidentes de Ecuador y Colombia, o el abrazo fraterno entre este último y su homólogo venezolano. ¿Qué fantasía no tiene final feliz? Las fantasías que dejan de serlo se enfrentan a la realidad y encuentran a Alicia sucia de lodo y buscando un conejo puntual.

Por eso, a pesar de que la unión sudamericana nos presentó opciones temáticas más importantes como la integración y la cooperación comercial, esta supuesta apertura no pudo ocultar la realidad de la región con sus tensiones, mutuas desconfianzas, trabas comerciales e “insinuaciones” nacionalistas, mostrando un cuadro de mandatarios obsesivos. El obsesivo, escribe Žižek, “está activo todo el tiempo, cuenta historias, presenta síntomas y más, para que las cosas permanezcan igual, para que nada realmente cambie, para que el analista realmente se mantenga inmóvil y no pueda intervenir efectivamente – a lo que más teme son a los momentos de silencio que revelan en voz alta la vacuidad de su incesante movilidad (…) distrae a los que le rodean con el fin de prevenir el incómodo silencio que oculta el conflicto que puede emerger” (p. 45-46). Vista así, no hay presidente que se libre de la obsesión -unos menos que otros- ni discurso que no caiga en la vacuidad de los gestos vacíos.

¿Y dónde están los perversos y neuróticos? Primero hay que considerar una idea epistemológica fundamental, la posición desde la cual el sujeto enuncia. En el caso del neurótico toda enunciación “se mantiene en la falsa apariencia de la verdad” (mientras a nivel de los hechos sus argumentos son siempre verdad; usa estos mismos hechos para disimular sus verdaderos deseos). Por ejemplo, cuando Correa se desvincula de cualquier responsabilidad sobre el enjuiciamiento del Ministro de Defensa colombiano, alegando que él no es parte de la función judicial; o cuando Chávez expone su tratado de compra de armas con Rusia en el pleno de la UNASUR; o el momento que Uribe se disculpa por las acciones militares que sobrepasaron su jurisdicción. En los neuróticos, este tipo de explicaciones ocultan la verdad: “que lo sucedido materializa su verdadero deseo”. Así el neurótico “admite la ley con el fin de disfrutar transgredirla ocasionalmente y así recuperar un poco de la jouissance robada de sí por el Otro”. Por tanto, es comprensible que Uribe no quiera que Correa le robe el disfrute de haber capturado a Reyes; que Chávez no desee perder el placer de tener nuevos juguetes militares, y que Correa mantenga el placer de ser la encarnación de un pueblo indignado.

Los perversos, por su parte, se sumergen en el placer que les produce la existencia incuestionable de la Ley. Siguiendo a Žižek, el pervertido ve en la agencia de la ley, en el simple hecho de su establecimiento y su implícita prohibición (castración) el máximo disfrute. ¿No fue la UNASUR un escenario perverso cuyo “dominatriz” (o el país que debía actuar como tal) fue Brasil? ¿Brasil, “the big Other”? ¿No fue una especie de reprimenda el reclamo de Lula hacia Correa por haber intervenido en dos ocasiones? La postura de Uribe de poner en consideración su tratado con EEUU sobre el uso de bases militares, pero “solamente ante la OEA”, ¿no es una perversión que busca un “gran Otro”, el del norte? Así unos buscan y otros aceptan una norma explícita e incumplible que un grupo asume o sufre por iniciativa de otro o por propia iniciativa; en otras palabras, el encuentro concluyó con una norma perversa.

De esta forma, los otros países adquirieron el tono histérico de aquellos que dicen la verdad en la apariencia de una mentira. Palabras como “hemos avanzado en puntos importantes”, o “la reunión logró acuerdos significativos”, son una rearticulación del verdadero deseo en la distorsión de la “real concordancia” del discurso. Es decir, en el fondo no se acordó nada pero hay que mantener la apariencia de que así fue.

La UNASUR se movió en un ambiente acosado de fantasmas, siendo uno de los más espectrales el espectador. Aquel que veía en la pantalla cómo la parodia de la democracia internacional se desarrollaba entre grandes palabras y emociones fronterizas, reproduciendo lo que el autor esloveno, citando a Alian Badiou, denomina “good terror”, un terror bondadoso, en el cual frente a la emergencia de temas en extremo delicados o que insinúan posiciones extremas, “la estrategia es hacer de aquellas enunciaciones indecibles (…); estas no son asuntos para una ‘abierta’, racional, democrática discusión” (p. 34). ¿Se trató el alto índice de pobreza y analfabetismo que preocupa a Bolivia; el perjuicio directo que causa las restricciones comerciales entre Ecuador y Colombia a familias de la frontera; la violación del derecho a la opinión pública y las acciones de algunos gobiernos contra los medios de comunicación? ¿Acaso se les ocurrió marcar una política directa y estricta con respecto a la amenaza de una carrera armamentista en la región? Sin duda esto evidencia la auto-censura, fundamento del discurso de poder.

Al final, la UNASUR -otro espacio de cooperación internacional como tantos otros- se quedó en la retórica de las buenas intenciones. Un intercambio de palabras que desde el psicoanálisis nos muestra con un terror ya no tan bondadoso que estamos rodeados de neuróticos, obsesivos y perversos. ¿Sólo queda la histeria en la realidad inmediata, robar el deseo del otro y retomar una actitud cínica de heroísmo gastado? Eso sería demasiado triste. Aunque la idealización es esencial para soportar la realidad, idealizar la integración sudamericana solamente nos lleva a tomar los asuntos más evidentes (pero no por eso más importantes) como el camino hacia la unión de los países. Ver América Latina en su más cruda realidad –países que no se desprenden de su autosuficiencia, lugar donde la “libertad” está condicionada a escoger lo que nos ofrecen no lo que deseamos- es empezar a resolver los problemas que perpetúan esta realidad.

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