Al otro lado del Vado

jueves, 15 de octubre de 2009

Dr. Jaime Idrovo Urigüen - Colibrí Insurgente

En la Sierra sur del Ecuador se halla la vieja y prestigiosa Universidad de Cuenca, la misma que ocupa la margen sur del río Tomebamba, mientras que al frente, a partir de la orilla norte se levanta el popular barrio de El Vado, al cual se accede a partir de un puente tradicional, también de vieja data.
Propio de una ciudad de tinte conservador, la Universidad había detentado en más de cien años de vida, las normas burguesas del buen vivir social, permitiendo el ingreso hasta su recito, únicamente a jóvenes de terno negro y buenos modales. Cosa que cambió, puesto que se convirtió, entre los años cincuenta y sesenta, en uno de los baluartes de la lucha contra las dictaduras militares de turno, sin perder desde entonces su norte.

En efecto, este centro académico ha batallado en contra de cualquier imposición de carácter interno o externo que lesione los intereses universitarios y, sobre todo, los de las grandes mayorías desposeídas del País, incluyendo en su itinerario, acciones a favor de las grandes causas de la humanidad.
Es pues, en este escenario, en donde se acuñan algunas reflexiones que apuntan a la confluencia entre lo real y subjetivo, pasando incluso al plano del imaginario colectivo, vivido por las generaciones de jóvenes izquierdistas que hemos transitado por este espacio de conocimientos, reflexión y acción.

Pero hagamos aquí, un punto aparte.

En cualquier día de la década de los setenta, los sindicatos obreros paralizan el País y el ambiente bulle al interior de las pocas fábricas existentes en la ciudad. En el campo, miles de voces silenciosas reclaman la propiedad de las tierras ancestrales y, ser reconocidas, no sólo como campesinos o indios, sino como nacionalidades y pueblos con derechos históricos. Mientras que los estudiantes se articulan en esta confluencia de intereses, como el detonador en las calles de la urbe, que se convulsionan entre consignas y piedras, desde el un lado… bombas lacrimógenas y las balas asesinas, del otro. Las consignas son elocuentes en el panorama político de esos años:

¡Adelante/adelante universidad/en el tiempo/en el espacio/tu nombre sonará/universidad/universidad junto al pueblo/por la revolución!

¡Obreros/campesino/maestros y estudiantes/unidos férreamente/por la revolución!

Poco antes, las asambleas universitarias se llenan de euforia y se imponen las posiciones más radicales. Entre los discursos, las propuestas y acusaciones que van y vienen desde todos los flancos, se proyecta el interior mismo de la vida que se cierne entre los militantes de todas las esferas del pensamiento de izquierda, todos antagónicos, pero aparentemente con objetivos únicos. Aquí se traduce el invisible de la lucha ideológica que se encarna entre las dirigencias políticas que plantean la revolución ecuatoriana, dentro del concierto mundial. También actúan con vehemencia los infiltrados, mientras cómodamente los que no se sienten aludidos, más los derechosos, aplican el cómodo: ¡patitas para que te hicieron!

Vale decir: la participación en las luchas sociales y políticas del pueblo ecuatoriano, junto con los enfrentamientos al interior de la Universidad de Cuenca, o en todo el País, han sido una constante que nos ha sometido a conductas de tensión y poca visión interna, la misma que no empata necesariamente con el conocimiento de la realidad a la cual queremos transformar, pues cuenta sobre todo el subjetivismo aplicado a través de una teoría transformada en verdad, casi religiosa, frente a un mundo que está ahí y se lo trata como materia informe, que debe reaccionar químicamente ante el estímulo simple de la ideología. Llámese el dominio de lo imaginario.

Mientras que la realidad social, cambiante y dinámica, aprende y suele defenderse por sí sola, puesto que es matriz de cambios y está sujeta a las leyes de la dialéctica, no tanto al discurso que traduce imágenes en tiempo congelado y por lo mismo, casi nunca en movimiento.

Suele suceder entonces, que la masa reacciona ante la levadura y se convierte en el pan de todos los días. Excitados los ánimos, las marchas universitarias casi siempre alcanzan en pocas zancadas la Av. Tres de Noviembre y desde allí, a pocos pasos, el puente de El Vado, cuesta arriba, casi siempre observados por campesinos que vienen o van hasta el mercado Diez de Agosto, ubicado al final de la cuesta. Ellos y los ciudadanos corrientes, es decir, de las clases populares o media, observan: unos sonrientes, otros temerosos, la mayoría, curiosos ante el primer impacto, pero luego indiferentes. En fin, un pueblo que sabe de las reivindicaciones del momento, los impactos de medidas anti populares, pero que está ajeno en centurias a los debates y confrontaciones ideológicas que se producen en el seno del movimiento universitario.

Al final sólo cuenta la supervivencia y en los últimos tiempos, que no te quiten las pocas comodidades adquiridas con el sacrificio de padres, madres, hijos/as o hermanos/as, en el exilio voluntario de la migración.

Tiempo para preguntarnos por la diferencia entre las dos orillas.

La primera enclavada en la práctica necesaria del conocimiento científico, la reflexión y el debate ideológico, la organización de las acciones políticas que den curso a las aspiraciones de sus postulados, sin embargo de lo cual, sólo alcanzan la otra orilla, aquella de las transformaciones reales, a partir del subjetivismo teórico y las acciones contestatarias de unos pocos luchadores contra el miedo y la represión. En tanto que la gran mayoría de los universitarios: ¡bien gracias y usted!

La segunda orilla, aquella en donde deambula la realidad popular, envuelta en sus contradicciones y también las que le vienen de afuera; aquella que quiere y requiere del concurso de los conocimientos y la organización política para avanzar hacia una verdadera transformación revolucionaria.

Entonces, el puente de El Vado tiene sentido cuando se convierte en el vínculo directo entre las dos orillas.

Porque la consigna segunda de las marchas universitarias, que incorpora maestros y estudiantes en la unidad junto a obreros y campesinos, por la revolución ecuatoriana, tiene sentido, si aparte de conocer teóricamente la realidad en la que vivimos y, además, debatir ideológica y políticamente sobre su transformación, desarrolla mecanismos que permitan que los estudiantes universitarios, al menos aquellos de pensamiento revolucionario y/o democrático, se incorporen en cada uno de sus espacios de vida y acción, en calidad de pueblo que se organiza. Porque las consignas de estos tiempos deben ser concretas:

¡A dentro del pueblo y desde él pueblo. Conociendo su naturaleza y forjando el socialismo!

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