¿EN DONDE ESTA EL ORO DE NAMBIJA?

lunes, 26 de octubre de 2009

Por: Jaime Idrovo Urigüen


Corría el mes de junio del 2007, cuando debí realizar un viaje entre las ciudades de Zamora y Loja, en medio de las tensiones que provocan los derrumbes sucesivos que habían ocurrido desde hace varios días en la zona, afectando el tráfico y la vida de quienes transitan por esta vía.


Desde luego, nadie sabe con exactitud cómo se producen estos fenómenos, a veces mortales. Quizá son el producto de la propia acción de la naturaleza o simplemente, obras del interés económico de unos pocos ingenieros y contratistas que se juntan con algunos burócratas ministeriales, para actuar como verdaderos tiburones de las arcas fiscales. Aunque igualmente, estas personas deben ser reconocidas como muy capaces, cuando construyen taludes tan bien calculados que se vienen abajo con las primeras lluvias invernales. O son todo lo contrario; esto es, profesionales incapaces, cuyos títulos universitarios deben ser retirados por cuestión de interés público.


Colaboran en estos sucesos, las ininterrumpidas descargas de los nubarrones que vienen desde la Amazonía y vomitan gigantescos volúmenes de aguas sobre los Andes y los valles de la serranía austral ecuatoriana.


El trayecto recorrido testifica igualmente, los innumerables deslaves de tierra que desde años atrás han arrasado las tierras deforestadas, en donde se asientan con algunas cabezas de ganado y pobres cultivos de plátano, yuca, frutas y maíz, familias de campesinos y colonos sujetos al implacable movimiento anual de la naturaleza, que igual sorprende con torrenciales aguaceros en cualquier día del año.


Queda además un paisaje de humedad y siempre agua circulando entre cientos de quebradas, ríos y cascadas que bañan la Cordillera Oriental de la provincia de Zamora y Chinchipe. Una Provincia de mágica belleza e historia, con una pobreza forzada que contrasta con lo exuberante del paisaje selvático; ahora, claro, sin el trinar de las aves y la danza de los dioses ancestrales que parecen ausentes ¿O quizá están ocultos? La desnutrición de los niños y la ausencia de los jaguares, que anuncian también la pronta desaparición de las cascadas sagradas.


En estas circunstancias, el viaje se realizó en una camioneta alquilada y con un conductor silencioso. En cambio, Antonio Narváez, propietario del vehículo y acompañante en la travesía, se presentó, sin saberlo, como un cuentista de aventuras y realidades de su tierra. Había trabajado en las minas de oro de Nambija, el cerro devorador de vidas, sueños y ambiciones cotidianas.


Desde los 13 años hasta los 25 de edad, sólo conoció días y noches de incierto comportamiento, reflexiones comunes o silenciosas, propias de los humanos que aparentemente no tienen destino más allá de su “mala estrella” Es decir: ser irremediablemente pobres, indios, negros o campesinos desposeídos; incluso desheredados de una cultura en la que a pesar de todo, sí existe un tiempo de vida, con pasado y futuro propios.


Por eso, conocedor de misioneros y hacendados, comerciantes inescrupulosos, al igual que de burócratas ávidos de fortunas menguantes, Antonio se lanzó a la mina, subiendo la cuesta maldita llamada por todos “no te ahueves” Claro, antes de que ningún cura le imponga a ese ascenso de mierda, un toponímico lleno de santidad y olor a incienso, junto con la escrupulosa oración para menguar nuestras culpas y el favor del todo poderoso invisible.


Entre telones que se abren y otros que apenas dejan entender las escenas sucesivas de un pueblo castigado por el sólo estigma de poseer oro y otras riquezas naturales, el viaje tocó precipicios y altura en las incógnitas. Una pausa en los designios del tiempo humano, provocada como una suerte de corolario a las interminables conversaciones que suelen identificar a quienes se hallan dentro de la nostalgia de un camino con destino incierto, fue salvada por la nutrida sagacidad de nuestro acompañante, que sin embargo no se perdió viendo como, antaño, el oro se escapaba de sus manos; en cajas selladas y un secreto destino. Entonces preguntó con la fuerza y arto de vergüenza, que sólo le da al individuo el saber que pertenece a una colectividad a, dueña de su espacio territorial y sus recursos que se le van:


¿Tanto oro sacado de las minas… donde se hallará ahora?


¿Quizá es el Estado el que lo guarda en el Banco Central?


¿O serán los gringos, que se han llevado afuera?


¡Por qué aquí no se ven las toneladas de metal que mandamos desde Nambija, por ejemplo!


Esto es, preguntas, cuya respuesta última se perdería en la telaraña de una sociedad enquistada en la arrogancia del poder y la servil ambición de los pequeños y grandes gobernantes, infestos de mezquindad, que nunca dan respuestas a las interrogantes populares.


Se proponía de esta manera una serie de cuestionamientos al asistencialismo del primer mundo y su relación con los dueños del oro, el petróleo, los diamantes, el hierro, etc. Igualmente, una demanda internacional al FMI, Banco Mundial, Club de París y a las economías usureras que cierran los ojos ante la pobreza que ellos mismos causan, junto con la corrupción y otros males del sistema de dominación capitalista. Simplemente porque poseen los bancos que nos dan administrando nuestras riqueza, acumuladas principalmente en el Tesoro Nacional de los USA.


Por último, una pregunta cuya respuesta última se perdería en los laberintos de una sociedad enquistada en memorias olvidadas y cinismo. En cuyo seno, sólo se graban los nombres y rostros de aquellos que hacen de pequeños testaferros de la cadena de comercialización final de los metales. Esos que ocultan los ciclos y el posterior camino y destino del oro, cobre, plata, etc. etc. Porque nadie habla o señala los mecanismos mediante los cuales se almacenan y transportan las pesadas cargas hasta los puertos y aeropuertos del País.


Y desde ese momento…que decir del destino que tiene el oro de Nambija y tantos otros lugares que nutren la riqueza y opulencia de las grandes potencias del poder mundial y los grupos económicos que los representan. Quedando además, tantos cabos sueltos en esta suerte de alquimia invertida que transforma el oro en miseria humana y pobreza.


Igualmente ¿En donde se registra, se pesa y se pagan los impuestos correspondientes, desde luego si estos existe? También ¿es que contamos con un organismo oficial que controle estas operaciones y que las visibilice socialmente?


O simplemente no se paga, porque ese es el precio con el que se disimula la dependencia de los pueblos sometidos y la vida de engorde que llevan los gobernantes que nos aplastan con su mascarada de bien estar común y democracia burguesa.


Cuenca, 21 de junio del 2.007

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