EL USO DEL AGUA Y LOS IMPUESTOS AMBIENTALES

lunes, 5 de octubre de 2009

Por: Jaime Idrovo Urigüen


Cierto que la palabra “impuesto” suena a mala palabra y de hecho sobras las razones. Sin embargo, que fácil resulta en estos tiempos de modernidad, sustraernos de toda noción de la realidad y pensar por ejemplo, que los alimentos que compramos en los supermercados se producen en alguna fábrica cercana, aunque invisible, como sucedería igualmente con los demás productos industrializados. O que el agua que sale del grifo viene de la planta de potabilización o tratamiento de cada urbe o centro poblado.

Cosa que ocurre por igual con aquellas expresiones de fastidio cuando decimos: ¡se dañó el tiempo! sólo por que llueve; o cuando invocamos el auxilio del cielo frente a una catástrofe, en la mayoría de los casos no tan naturales.

Ocurre que el ser humano, especialmente aquel espécimen rodeado de comodidades y tecnología y que vive en el primer mundo, suele ver en el otro, la causa de sus desgracias, incluidos animales, plantas y el propio comportamiento ambiental, provocado muchas veces por la agresión del hombre en búsqueda de satisfacer su apetito despiadado de fortuna y poder. Mientras que en el primer caso, se ignora que la conducta de los animales fue diseñada por la misma naturaleza, a fin de manejar los mecanismos del equilibrio entre los seres vivos.

Surgen entonces expresiones como “frío mortal”… “tsunami criminal”… “tiburón asesino”… “clima salvaje”… etc., que incluso permiten engrosar los capitales de Hollywood, en fastuosos escenarios montados para el despilfarro y la expiación de una sociedad que vive con sus errores, buscando escusas en los otros.

En resumen, una visión de este hogar maravilloso en el que vivimos, llamado Tierra, como simple proveedor de materias y energías; también de uso intensivo hasta su agotamiento o, botadero de basura y reciclaje de seres humanos, animales y vegetales, siempre que cumplan con los objetivos de lucro y enriquecimiento para los poderosos del planeta, camuflados en un supuesto “desarrollo” sin horizontes.

Es decir, una propuesta altamente peligrosa y malévola, que por desgracia nos ha llegado y se enquista cada vez más en el ser contemporáneo, a medida que vivimos un proceso de urbanización sin precedentes, que toca las fronteras del campo, no solamente en términos físicos sino también ideológicos.

Asistimos entonces al principio de una tragedia de proporciones mundiales, anunciada con mucho tiempo de anticipación, pero frente a la cual, aquellos estamentos políticos que tiene en sus manos la posibilidad de cambiar las cartas, no hacen nada, ya sea por que no les importa, por ignorancia, incapacidad o por las tres razones juntas.

Hecho que se transmite en una escalada generalizada, tocando los niveles más sensibles de la sociedad, esto es: niños, jóvenes y muchos campesinos que olvidaron levantar la vista al cielo para leer el tiempo, sembrar y cosechar, amar el suelo y respetar todo aquello que vive; o que muerto, sigue existiendo en las semillas que dejó en la memoria de los pueblos.

¿Pero por qué motivo este largo y evidente discurso?

Simplemente para tocar un tema que siendo particular, es ya, por desgracia, universal. Para referirnos a una realidad que se inserta en la problemática misma de nuestros tiempos, quiero decir, en el cuadro de un futuro incierto que tiene que ver con el agotamiento de las fuentes de agua a nivel planetario y, para no ir muy lejos, de nuestro país, de la provincia del Azuay y de la mayoría de sus cantones.

En este sentido, anotaremos la respuesta que dio un distinguido habitante de la ciudad de El Sigsig, cabecera cantonal que lleva el mismo nombre, cuando le preguntamos qué va a pasar cuando se agote el agua en el río Alcacay que da de beber a la urbe y sus alrededores. Respondiendo categóricamente que entonces se buscará otra fuente, quizá ubicada un poco más arriba, en los pajonales que le siguen al mítico cerro del Fasayñan o también en las alturas inhóspitas de la sagrada laguna de Ayllón.

Surge entonces un importante cuestionamiento, puesto que en general no se toma en cuenta que las fuentes de agua son inagotables como para ir detrás de una nueva, cada vez que la que tenemos se agota ¿?

Así, tras esta reflexión, el diálogo cambio de curso en torno a la idea inicial y la conclusión fue también breve, esto es: debemos cuidar los sistemas hídricos que ahora tenemos, e incluso ir más lejos, ya que el agua, como se dijo anteriormente, no viene de grifo o de la planta procesadora, sino del bosque y del pajonal que ocultos a los ojos de los citadinos captan el líquido a partir de la lluvia y la atmósfera, lo almacenan y lo trasladan por micro vertientes interminables hasta los ríos y quebradas, para llegar desde aquí hasta las urbes y su destino final.

De suerte que aquello de impuestos ambientales se traduce como una urgencia, nos guste o no; porque de otra forma, en pocos años será demasiado tarde y es responsabilidad de nosotros y de las autoridades actuales, tomar conciencia y proceder a pagar a la naturaleza, al campo y a los campesinos que aún quedan, todo cuanto entregan a las ciudades, de manera generosa y silenciosa.

Una acción que consistiría en la obligatoriedad para que en todos los cantones, a través de su presupuesto anual y con ordenanzas claras que incluyan a los ciudadanos e instancias de los gobiernos locales, de manera permanente, se destinen fondos para la realización de programas de forestación, reinserción de especies vegetales nativas, cuidado de las fuentes de agua y del pajonal, cultivos asociados, manejo de tecnologías alternativas para combatir la erosión como la terracería, por ejemplo, limpieza de las aguas servidas, capacitación y concientización social, etc., para de esta manera recuperar lo perdido y asegurar un futuro deseado.

Y es aquí en donde empata, además, esa ancestral forma de verle al entorno ambiental. No desde la perspectiva egoísta e irresponsable con que lo hacen los imperios de la muerte o quienes sólo piensan en sus cuentas bancarias, sino todo lo contrario, desde la óptica del respeto e incluso la sacralización de la naturaleza, pues sólo viéndola viva y cargada de energías, podemos intentar un acercamiento armónico a los elementos que la conforman. Porque no se trata de conquistar los inconquistable, sino generar una relación de entendimiento con las leyes y la conducta de la naturaleza, nuestra matriz primordial.

De esta forma comprenderemos que muchas de las últimas catástrofes mundiales provocadas por huracanes, tsunamis, inundaciones, sequías, etc., pudieron ser infinitamente menores si en esos lugares se hubieran conservado los manglares, por citar un caso, los mismos que ahora se hallan talados, para dar paso en diversas partes del mundo a las camaroneras o playas de turismo clasificado. Que los cambios climáticos que vivimos son fundamentalmente el producto del calentamiento global generado principalmente por los países altamente industrializados. Que los tiburones, las orcas y tantos otros animales calificados como asesinos están en vías de extinción total, debido a la acción salvaje e irresponsable de las empresas que comercializan con su carne o partes de sus cuerpos, para satisfacer los gustos exóticos y enfermizos de unos cuantos, no menos asesinos que los que los pescan o cazan a mansalva.

Y que asimismo, con la lluvia se nutren los campos de donde vienen los alimentos logrados por manos laboriosas y sencillas, cuyo anonimato no implica inexistencia, sino la fortaleza de quienes, desde hace milenios aprendieron el diálogo entrañable con las plantas, el agua, el viento y los secretos de la tierra.

Finalmente, vale decir que esta propuesta de sano entendimiento entre productores y consumidores del agua, debería ser llevada a instancias mucho más amplias. Porque, ¿qué hacen los gobiernos seccionales de la costa ecuatoriana para compensar los beneficios que reciben desde la Cordillera, en interminables ríos y cuencas hídricas que aportan además, los nutrientes que alimentan sus campos?

¡Por ahora nada! Lo que significa que debemos pensar con urgencia en este mecanismo de impuestos ambientales, con la seriedad y premura que ello amerita, incluso si el concepto tiene que ser bautizado de otra manera, por ejemplo: compensación de usos ambientales, siembra de aguas o reparación de daños ambientales; ¡por qué no!

De otra forma, corremos el riesgo de que determinados proyectos “de desarrollo” que pretenden desviar el curso del río Shingata, localizado en el sur oriente del Azuay, para supuestamente aumentar el caudal del Jubones que baja hacia el Pacífico se ejecuten, con los daños irreparables al bosque nublado de Tutupali – Yacuambi y a las micro cuencas que alimentan el río Zamora.

En este punto comenzarían entonces las catástrofes traducidas en apertura de carretera y la tala de los árboles, períodos de sequedad contrastada con otros de intensas lluvias y sin el soporte de los suelos que caerán en deslaves interminables, pérdida de los niveles superiores de los suelos, con muerte inútiles y las plegarias con el consabido “ten piedad de nosotros”, que lamentablemente no podrá se coreado por la aves ni la fauna y la flora en general, que habrán desaparecido para siempre.

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